PROYECTO DE MEJORA ACTUALIZACIÓN DEL “SALÓN AZUL”.
Antes de iniciar la propuesta de actualización del Salón Azul, convendría hacer una reflexión sobre la denominación del mismo, como también la del Salón Amarillo, frente por frente. No se entiende muy bien que en la actualidad dichas emblemáticas estancias se identifiquen por colores, más aún cuando en las paredes del primero no hay rastro del mismo. ¿No sería más noble aprobar la denominación de ambos –a propuesta de quien corresponda- de acuerdo a ilustres miembros históricos de la corporación? Valga el caso de las salas Botella o Abaytua del primer piso. A la espera estarían, pues, los nombres, por ejemplo, de Cervi, Cortezo, Ramón y Cajal, Marañón, etc., cuya memoria, como en tantos lugares, quedaría signada en ley de homenaje y reconocimiento.
El salón azul es susceptible de transformación sin que en absoluto varíe un ápice la estructura del mismo. Pasaría a constituirse, por su ubicación privilegiada, en un lugar idóneo de recepción de autoridades y personalidades. En él se concentrarían, sin proceder a desmantelamiento alguno, los retratos de los reyes Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII –“Real” es la primera palabra de la Academia de Medicina-, como también los bustos de mayor mérito artístico (Cajal, Gimeno, Recasens, Pulido, Matilla) que aparecen dispersos por el edificio, dando la impresión de concentración de obras de arte si no excelentes en algunos casos, al menos muy dignas. Asimismo, el traje académico de Severo Ochoa que donara D. Marino Gómez Santos, acondicionado en una urna de cristal, sería exhibido en uno de los rincones.
De otro lado, en una pared se ubicaría la reproducción en vinilo adhesivado de un plano antiguo de Madrid, del cual, por su orden cronológico, partieran diversos puntos hasta el exterior del mismo donde se explicaran las sucesivas sedes de la Academia desde sus orígenes hasta la actualidad, y narraría la historia de la corporación en esa dimensión, aumentando el peso histórico sobre la primera impresión de “edificio definitivo” que produce el actual a quien lo visita por primera vez. Evidentemente, todo lo expuesto se exhibiría sobre un fondo azul entelado.
La mesa central constaría de un cristal en su parte superior para permitir contemplar, al igual que otros importantes museos, una exposición de documentos originales capitales de la historia de la corporación: estatutos, reglamentos, etc., como también sellos históricos, medallones (de Cajal y de Gimeno, ejecutadas por Benlliure; de Marañón, etc.), medallas de la Academia, etc. Esta mesa quedaría apta por recubrimiento de la parte superior con un tablero supletorio a medida para que pudieran trabajar, como hasta ahora, las comisiones que ahí se reúnen, al tiempo que sería lugar idóneo para la firma de convenios, etc..
El problema para la ejecución de la mejora -aspecto por el que debe velar moralmente cualquier institución- no ha de ser económico pues se ha de buscar una empresa que lo financie y el propio MMIM se compromete a gestionarlo entre sus contactos. Una discreta placa de reconocimiento recordaría la munificencia de dicha empresa. Recientemente hemos visitado uno de los edificios históricos y artísticos más importantes del país: la catedral de Burgos. Limpia, luminosa, espléndida, no hay capilla que no luzca, en discreta placa, el nombre y logotipo de la empresa que financió la reforma.
PIEZA DEL MES
Pisteros.
Dice el Diccionario de la Lengua Española que pistero es aquel “Recipiente en forma de jarro pequeño o taza, con una prolongación en forma de caño que le sirve de pico y un asa en el lado opuesto, usado para dar de beber a los enfermos que no pueden incorporarse.” En efecto, es un sencillo objeto muy presente en los museos y colecciones de la Medicina y la Farmacia por su antigüedad y su utilidad, ya que fue una manera de alimentar oralmente al débil enfermo encamado.
Este humilde y práctico recipiente tiene su lógica historia etimológica pues deriva del latín “pistus”: “Jugo o substancia que, machacándolo ó aprensándole, se saca del ave, especialmente de la gallina ó perdiz, el cual se ministra caliente al enfermo que no puede tragar cosa que no sea líquida, para que se alimente y cobre fuerzas”, definición complementaria con la del Diccionario de nuestra lengua.
El Museo de Medicina Infanta Margarita posee cuatro ejemplares diversos, de antigüedad mayor a un siglo, que aportan también un componente artístico en su diseño. De cristal y de cerámica, son fiel exponente de una época de los cuidados que el enfermo recibía para su mantenimiento o recuperación.
MI DONACIÓN
Retrato del Prof. Manuel Díaz Rubio.
Los descendientes del Prof. Manuel Díaz Rubio, Académico que fue la Real Academia Nacional de Medicina, han donado a la corporación un magnífico retrato de su persona, obra del sevillano José Ruesga Salazar, que lo firmó en 1960. Ejecutado con un estilo de la época, el catedrático luce sobre su pecho la medalla de doctor en Medicina, con cordón amarillo, y sujeta con la mano izquierda un libro, símbolo de compromiso con el saber. Retrato sobrio, en ambiente oscuro que recuerda tantos ambientes de Julio Romero de Torres, queda el personaje arropado por un amplio gabán y mira fijamente al espectador.
Este notable retrato de uno de los académicos señeros de la segunda mitad del siglo pasado viene a enriquecer el patrimonio de la RANM, escaso en retratos de personajes ilustres que pertenecieron a la corporación y fueron además referencia nacional, tal es el caso de Gregorio Marañón o Pedro Laín, por ejemplo.
El retrato ha sido colocado en la primera planta, frente a la puerta de acceso al Salón de Gobierno. Especial agradecimiento manifestamos a los Académicos de Número de la Real Academia Nacional de Medicina de España, profesores Manuel y Eduardo Díaz-Rubio García, hijos del que fuera eminente miembro de la corporación.
MADRID, MUSEO DE LA MEDICINA
Don Fernando de Castro Rodríguez
Muy cerca de Arrieta, 12, sede desde el año 1914 de la Real Academia Nacional de Medicina de España, se encuentra esta placa de homenaje. En la calle del Arenal, 16, frente a la iglesia de San Ginés, donde nació el 25 de febrero de 1896 don Fernando de Castro Rodríguez.
El que fuera uno de los notables discípulos de don Santiago Ramón y Cajal, aunque empezó a formarse con Nicolás Achúcarro, alcanzaría la categoría de referencia internacional sobre todo tras la descripción por primera vez de un quimiorreceptor sanguíneo, el “Glomus carotídeo”. Fue catedrático en la Facultad de Medicina de la Universidad Central en la asignatura de “Histología y Embriología General” desde 1951 por concurso de traslado ya que era catedrático agregado al Instituto Cajal.
Fue galardonado por la Real Academia Nacional de Medicina con los premios “Rodríguez Abaytua”, en 1923; “Martínez y Molina”, en 1924; “Obieta”, en 1941; “Santiago Ramón y Cajal”, en 1947; y el “Premio de la Academia”, en 1949. Tras penosos intentos de optar a un sillón en la corporación a finales de los años cincuenta, fue elegido finalmente Académico de Número el 14 de abril de 1964 para ocupar el sillón nº 40, si bien falleció antes de leer su discurso de ingreso. Asimismo, fue miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales desde que fuera elegido en 1963.
Este otro rombo colocado por el Ayuntamiento de Madrid en 1997, recuerda que vivió, hasta el día de su muerte –acaecida el 15 de abril de 1967-, en el número 2 de la actual calle Juan de Austria (en tiempos, nº 4 de la calle Arango). En efecto, aquí estuvo su domicilio desde el año de 1930, en la letra D del piso tercero.
En la actualidad, el callejero de Madrid recoge una calle con su nombre, en el lateral norte que queda entre los bloques anterior y posterior de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.