PIEZA DEL MES
Cauterios.
Entre las más antiguas medidas terapéuticas estuvo la de eliminar la enfermedad visible mediante el fuego, bien a través del cauterio actual o del potencial. El segundo se refiere a la aplicación de diversas sustancias (aceite o manteca, por ejemplo) que puestas al fuego hasta que hirvieran se aplicaban a continuación en heridas o tumores para así “eliminarlas” y producir una escara. En resumen: “el fuego que todo lo cura”.
El cauterio actual se refería a la aplicación directa de un hierro calentado hasta que su punta “se ponía al rojo” para proceder a lo mismo, a la aplicación sobre el mal localizado que se quería eliminar. Los hubo de diferentes tamaños, dependiendo de la zona donde se quisiera actuar, más fina en la boca, más grosera en el muslo, por ejemplo. El gran cirujano andalusí Abulcasis los reprodujo detalladamente en sus escritos que fueron tantas veces copiados manualmente y después grabados cuando apareció la imprenta. A la descripción de la operación acompañaba la imagen del instrumento a utilizar, con su detallada explicación acerca de cómo debía aplicarlo el operador. Abulcasis fue especialmente exquisito con el utillaje quirúrgico, insistiendo en que cada operación pide su instrumento y que el cirujano sería tanto más apreciado en cuanto de mayor arsenal dispusiera para ejecutar su arte.
El cauterio actual es, pues, un sencillo instrumento: formado por un vástago habitualmente de hierro, dispone en su extremo un mango de madera para proteger la mano del operador pues por ahí lo empuñará. El otro extremo admite diversas formas, dependiendo de la lesión que se quiera extirpar, y así lo hay con borde cortante para al mismo tiempo que se produce el corte, el mismo calor ígneo provocará la hemostasia en los vasos abiertos por el mismo; los hay con forma de bola, bellota o disco, por si hubiera que aplicarla sobre una úlcera con relieves antagónicos.
En algunos grabados de libros de cirugía aparecen muy gráficamente los cauterios puestos al fuego, sobre unas ascuas en un recipiente también de hierro para ser aplicados inmediatamente, como en el caso de la figura adjunta, tras realizar la amputación de una pierna y cohibir así la hemorragia.
El MMIM cuenta con cinco ejemplares, que explican en el discurso expositivo una larga parte de la historia de la cirugía, tan rudimentaria como longeva.
MI DONACIÓN
La doctora Paloma Hernando Helguero, hija del eminente nefrólogo recientemente fallecido Prof. Luis Hernando Avendaño, por tanto nieta de D. Teófilo Hernando Ortega, ha hecho donación al MMIM de diverso instrumental que perteneció a su antepasado doctor Juan Avendaño.
Se trata de un buen repertorio de instrumental principalmente quirúrgico de principios de siglo pasado que el práctico general comprometido usaba en su quehacer diario: desde fórceps obstétricos hasta toda clase de material operatorio, que viene a enriquecer el patrimonio del Museo, especialmente en el apartado quirúrgico de una época.
MADRID, MUSEO DE LA MEDICINA
Casa de Francisco Vallés.
Esta vez salimos de la capital, aunque el destino no es muy lejano. En Alcalá de Henares encontraremos rastros hermosos de uno de los más grandes protagonistas de la Medicina española de siempre. No es una tasación exagerada, valga el ejemplo de que su efigie luce en uno de los medallones del Salón de actos de nuestra Real Academia de Medicina, que en su momento hizo selección de las glorias de la medicina universal.
Fue Francisco Vallés (Covarrubias, Burgos, 1524 – Burgos, 1592), conocido como “El Divino”, el médico personal de Felipe II y Protomédico general de sus reinos. Estudió la Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, licenciándose en 1553 para alcanzar el doctorado un año después, pero ya en 1557 sucederá a Cristóbal de Vega en la cátedra de Prima de Medicina, permaneciendo hasta 1572. En Alcalá permaneció la mayor parte de su vida este médico y humanista español que tuvo acceso a las obras de la antigüedad clásica por su notable dominio del latín y el griego clásicos. Sus últimos años, sin embargo, los vivió en el Monasterio de El Escorial, donde preparó destilaciones con plantas naturales y pasó mucho tiempo en la magnífica biblioteca, dedicando además muchas horas a su organización.
Pues bien, en el número 14 de la calle de Santiago (antes “de la Morería”) una elegante y muy sobria portada encastrada en un restaurado edificio de ladrillo con adornos de piedra deja recuerdos renacentistas que aclaran algunos carteles. A la derecha del visitante dice: hospital hm valles (perteneciente al grupo Hospitales Madrid). Debajo, otro cartel aclara la antigüedad de este local: Casa del Doctor Francisco de Valles “El Divino”. Siglo XVI.
En efecto, esa fue la casa solariega del gran médico de Felipe II, ubicada en el lugar donde tenía su cátedra, en la antigua Complutum, Alcalá de Henares pues fue catedrático en la Facultad de Medicina de la universidad que fundara el gran Cisneros. Sobre esta casa fundó un mayorazgo con su esposa, Juana de Vera, con la que estuvo casado durante 42 años.
Al otro lado se ha recolocado una placa de alabastro con una sobria inscripción de reconocimiento al insigne médico. Fue en el año de 1863 cuando la Real Academia de Medicina tuvo este gesto y, aunque con dificultad por la falta de contraste, se puede leer el siguiente mensaje:
EN ESTA CASA DE SU PROPIEDAD VIVIO
EL INSIGNE DOCTOR Y CATEDRATICO
MÉDICO DEL FEY FELIPE II
DON FRANCISCO VALLES DE COVARRUBIAS
LLAMADO POR SUS CONTEMPORÁNEOS
EL DIVINO Y EL HIPÓCRATES ESPAÑOL
POR LAS GENERACIONES MÉDICAS QUE LE SIGUIERON
LA REAL ACADEMIA DE MEDICINA DE MADRID
LE DEDICA ESTE RECUERDO
AÑO DE MDCCCLXIII
Urna mortuoria de Francisco Vallés.
Todavía quedan algunos testimonios del médico de enorme valor en Alcalá. En la capilla de la actual sede del rectorado de la universidad alcalaína, el Colegio Mayor de San Ildefonso, en el muro de la epístola, reposan los restos del gran médico en una urna y bajo una lauda esculpida en latín, que ensalza los méritos del Protomédico y catedrático en Alcalá.
Vallés había fallecido el 20 de septiembre de 1592 en el convento de los Agustinos en Burgos y sus restos, por deseo suyo manifestado en vida, fueron llevados al Colegio de San Ildefonso. El 14 de abril de 2011, mientras se realizaban unas obras en la capilla, apareció una urna de plomo con sus restos, la que ahora se expone como testimonio y gloria de uno de los miembros más egregios de su claustro.